En el trabajo de campo etnográfico, concretamente en el estudio de fenómenos militares o religiosos, se dan situaciones que producen tal perplejidad o trauma que llevan al investigador a interrogarse hasta qué punto se puede hablar de ellas o si cabe una “interpretación” de las mismas. En semejantes casos se utiliza a menudo el lenguaje para anularse a sí mismo, paradójicamente para decir que no se puede decir, para cancelar o inturrumpir el discurso ordinario, asumiendo que nada puede ser más elocuente que el silencio. Existen también situaciones de lo estético, lo sagrado, o lo inconsciente para los que la “no-comunicación” es parte constitutiva de la experiencia; intentar comunicarlo supondría cambiar la naturaleza de la experiencia o de las ideas. Pero solo desde el lenguaje podemos apuntar lo que está “más allá” del lenguaje dentro de la cultura y del mismo lenguaje; solo a base de desdecir—apreciar las fisuras, desfases o bloqueos de la cultura y el lenguaje—podemos “decir” lo indecible. Al igual que sucede con el tema de la negación o “apófasis” en el estudio de la religión, la literatura, la crítica y la filosofía (desde la época de Platón y Aristóteles), también en la etnografía, ante situaciones de terror, trance, o impasse cultural, los silencios de “lo que no se puede decir” proporcionan una temática clave de investigación.