¿PUEDE HABER UNA METODOLOGÍA INTERSECCIONAL? NUEVOS DESAFÍOS PARA NUESTRA TENTATIVA COLABORATIVA
En esta comunicación nos preguntamos cómo articular la interseccionalidad con la metodología, o más bien ¿es posible una etnografía interseccional? (Stacey 1988; Abu-Lughod 1988). En los últimos años nos hemos aproximado a experiencias metodológicas —etnográficas o no, académicas o no— feministas, colaborativas, decoloniales y Transmedia. Del mismo modo nos hemos nutrido de sus debates y experiencias en torno a la posibilidad de llevarlas a cabo, con quiénes, cómo, por qué y para qué. La interseccionalidad puede ser comprendida como la experiencia activa que articula diversas formas de discriminación y jerarquización y es más que una “metáfora del cruce de caminos” (Crenshaw 1989: 149). Su compromiso político implica comprender la idea de co-funcionamiento de las diferentes fuentes de opresión (Romero y Montenegro 2018), en lugar de una sectorialización o perspectiva monofocal para abordar las desigualdades (Platero 2012) y que vaya más allá de las políticas identitarias, atravesando ejes compartidos de reivindicación de derechos (Cho, Creenshaw y McCall 2013), por lo que la interseccionalidad puede ser un punto de partida para la reivindicación, o un horizonte por construir en colectivo, poniendo la centralidad en el proceso, tal y como venimos haciendo desde la etnografía colaborativa. En una investigación que comenzamos, nos preguntamos qué tipo de andamiaje metodológico cartografiaría los espacios políticos de la interseccionalidad y al mismo tiempo, cómo un enfoque interseccional podría construir un mapa sobre procesos metodológicos.