En la Ciudad de México exixten 132 pueblos originarios aproximadamente. Son poblados que si bien ya estan dentro de la urbe y forman parte intrínseca de ella, mantienen elementos sociales y religiosos que los distinguen de Otras temáticas asentamientos urbanos, en donde se reconoce un pasado prehispánico y colonial. Se caracterizan por la estructura de parentesco que mantienen, en donde queda delimitada la definición entre originarios y avecindados, tienen la propiedad de la tierra y un sistema festivo sumamente complejo articulado por un santo patrón católico, en donde se incluyen fiestas de santos menores, celebraciones dedicadas a vírgenes y peregrinaciones a santuarios. Todo ello organizado a partir del llamado sistema de cargos. Estos pueblos tienen mecanismos específicos de reconoconocimiento, apropiación y reproducción de sus territorios, así como un conjunto de tradiciones y formas específicas de organización social, articuladas a la fiesta patronal. Estos mecanismos estan construidos desde la compleja red festiva antes mencionada, a partir de la cual recrean su visión de mundo, afianzan su pertenencia, y reproducen, simbólicamente y físicamente, las fronteras del lugar. Lo que me interesa presentar aquí es el papel que juega la memoria en la construcción de fronteras y de territorialidad, generando proceos identitarios específicos.