Auto etnografía de un confinamiento
En el último mes hemos visto cómo, gracias a un suceso ajeno a nosotrxs, la vida cotidiana se detenía y la sociedad era relegada al interior de sus hogares manteniéndonos físicamente aisladxs.
Observar las reacciones que como sociedad hemos tenido, me llevó a preguntarme: ¿cómo nos comportamos ante una situación de excepcionalidad que rompe tan abruptamente con nuestra rutina? ¿Cómo hacemos para sobrevivir en el extraordinario aislamiento personal? ¿Somos capaces de amoldarnos a las nuevas condiciones? ¿Es posible recobrar una cotidianidad en el caos que supone lo extraño? ¿Cómo es la normalidad en una situación tan anormal como el aislamiento?
Para responder a mis dudas me acerqué al término cotidianidad como lo entiende el filósofo H. Giannini, dado que para él “la rutina y la transgresión interactúan de forma compleja en lo que llamaríamos proceso de vida cotidiana” (Zamora, 2005: 129). No obstante, creía necesario comprender el proceso de forma empírica. Por eso, considerando que, como comunidad, las circunstancias nos habían convertido en perfectos sujetos de estudio, y dado que la primera persona que se encontraba aislada y viviendo las consecuencias del confinamiento era yo, opté por hacer un ejercicio de autoetnografía (Guerrero, 2014). Convertí mi cotidianidad en campo de estudio y, desde el extrañamiento, empecé a observar y registrar mi propio día a día. De esta manera pretendo dar cuenta de cómo, a pesar del aislamiento social, lxs individuxs, como parte de una sociedad, compartimos procesos semejantes a la hora de hacer de lo extraordinario algo cotidiano.