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BAJAR A LA CALLE. EL JUEGO AHÍ AFUERA COMO ESPACIO DE RESISTENCIA

No parece que fuera hace mucho que un alboroto infantil llenaba las calles de Barcelona y de muchas otras ciudades, algo que cada vez más se manifiesta como una cosa del pasado, síntoma incluso de supuesta falta de modernidad. Una infancia antes callejera que encontraba en este tiempo “informal”, encajado entre el resto de ámbitos que estructuraban cotidianidad, un espacio para resistir y contestar la niñez impuesta, apropiándose autónomamente del espacio urbano. Descampados, fábricas y casas abandonadas, junto con los muchos objetos que en ellos podían encontrar-se, eran escenario de aventuras que transformaban esos entornos y los leían de manera singular. Una guerra de guerrillas entre las pandillas de chiquillos y contra la autoridad representada por los adultos, en la que las primeras encontraban el momento de reivindicar su papel como institución social, con una estructura y una contribución clave a la organización y la sociabilidad del barrio.Desalojada de una calle que era suya, la infancia es alejada de la desviación que se supone que conllevaba este auténtico aparato pedagógico informal, mostrado ahora como fuente de todo tipo de peligros, y de sus juegos no dirigidos; una actividad que desoía las órdenes de liberarse de tiempo libre para hacer de él marco autogestionado para una primera experiencia de libertad. Encerrados en parques que simulan corrales, parecen haber perdido esta forma de derecho a la ciudad que era el juego en la calle, tan sólo reconquistado cuando de adolescentes son autorizados a administrar de nuevo parte de su tiempo libre.

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