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Humano y la gente: el peligro del otro y la sorpresa del yo

La incertidumbre, condición permanente de la sociedad contemporánea, representa tanto un obstáculo como un impulso para el cambio. Nuestro tiempo, marcado por una creciente complejidad social, se caracteriza por una tensión entre las expectativas individuales y una realidad que a menudo se percibe como distorsionada. Los rápidos cambios globales, alimentados por crisis políticas, económicas, ambientales y sociales, incrementan esta incertidumbre. Zygmunt Bauman define nuestra época como una “sociedad líquida”, donde las estructuras estables del pasado, como la familia, la religión y el Estado, se han debilitado, dejando a los individuos en un estado de inestabilidad. La digitalización intensifica esta condición, creando un entorno mediado por pantallas y plataformas, reduciendo la interacción directa con la realidad local y alimentando un sentimiento de aislamiento. Los nativos digitales, criados en este contexto, desarrollan un sentido de seguridad en lo virtual, pero la falta de confrontaciones concretas los deshabitúa a gestionar la incertidumbre y el cambio. La distancia relacional promueve la uniformidad y el conformismo, aumentando el miedo al otro y a lo diferente. Sin embargo, reconocer la incertidumbre como una componente natural de la experiencia humana puede transformarla en un recurso, fomentando la resiliencia, la creatividad y la apertura hacia el otro. En lugar de tratar de eliminar la incertidumbre, la sociedad podría aprender a “bailar” con ella, descubriendo que la interacción con lo desconocido es lo que nos hace auténticamente humanos, una belleza y una potencia que debemos abrazar, no temer.

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