Es común considerar que algunos de los rasgos característicos del presente latinoamericano están dados por lo que ha sido llamado “emergencia” indígena (puede verse el reciente, y magnífico, libro de José Bengoa, titulado precisamente “La emergencia indígena en América Latina”). El término “emergencia” tiene una polivalencia que lo hace especialmente provechoso para caracterizar al fenómeno. Por un lado, en su sentido preciso, se refiere al surgimiento de algo que no era visible por estar escondido, oculto; por otro lado, alude a un imprevisto o un accidente que requiere alguna respuesta urgente. En ambos sentidos, al hablar de los pueblos indios se puede usar el vocablo: han emergido de regiones agrícolas marginales para ocupar las ciudades y reclamar espacios públicos de múltiple naturaleza; y, además, este surgimiento ha supuesto para algunos países una situación de emergencia nacional, una necesidad de redefinir las reglas de juego tácitas que estaban regulando, más o menos precariamente, su vida política y cultural.