Dentro de la cultura del olivar diferenciamos, aunque ambos cosas sean parte indisoluble de lo social, entre lo productivo, por un lado, donde el olivar comparte con otros monocultivos más conocidos, el café, cacao, grano... su carácter subordinado y dependiente de los mercados, rigiéndose por la lógica de la innovación lucrativa, en una constante evolución de la rentabilidad económica, y por otro, lo cultural, anclado a una tradición imaginada, construida y respaldada desde lo institucional, donde la visión idílica de los trabajos habituales en las décadas centrales del siglo XX entorno al olivar se han convertido en el ser y sentir de la provicia de Jaén y su seña de identidad manifiesta. Esta identificación, que recuerda a la realizada por el franquismo entre lo andaluz (flamenco, toros...) y lo español, hace de todos los jiennenses aceituneros altivos cuando las estadísticas constatan que cada vez son menos las personas que se dedican a esta actividad. Otra cosa bien distinta es el poder y la influencia de los propietarios-tenedores de los medios de producción, y la importancia creciente de la tierra como factor económico.

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