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El esperpento vuelve a España

 

"Cuando señales a alguien con el dedo, recuerda que tres dedos de esa misma mano te están apuntando a ti".

Me pregunto si eran imágenes de la calle Ferraz de Madrid las que veíamos el pasado día 27 de abril o más bien las del callejón del Gato que inmortalizara don Ramón María del Valle Inclán, por su perfecta denominación endecasílaba, hace ya todo un siglo en su “Luces de Bohemia”. En antropología sabemos bien que nuestros valores culturales reaparecen en la historia a través de fenómenos que se repiten una y otra vez, como si el tiempo fuera impotente para modificarlos. Lo que presenciamos desde que el presidente del gobierno español Pedro Sánchez publicara una carta decidiendo paralizar el país para irse de retiro espiritual hasta la fecha de las manifestaciones promovidas por sus ministros alentando su regreso a través de una carnavalesca procesión ha sido un fenómeno en el que -cien años después- el epíteto “esperpéntico” cobra el más amplio de sus significados. En el drama de los dirigentes socialistas aterrorizados por su potencial orfandad política no sería ya Valle Inclán, sino el propio Luigi Pirandello quien habría escrito una obra titulada “seis ministros en busca de actor”.

Sobre los casos de rescate de empresas y adjudicaciones de concursos públicos gracias a las recomendaciones de la esposa del presidente del gobierno, Begoña Gómez, no voy a entrar. Hay abundante material en los juzgados y análisis detallado en los medios de comunicación general, esos que Sánchez (con)juró controlar en una declaración de “progresismo”, el pasado 29 de abril. Supongo que el presidente se refería a su “progreso” personal por avasallar a la libertad de prensa y a las instituciones judiciales españolas. Ahora bien, lo que importa desde una revista académica a la que envío estas líneas es otra cosa. Me refiero a la concesión de una dirección de cátedra en la Universidad Complutense de Madrid para esa misma mujer, la esposa del actual presidente del gobierno, sin tener ni siquiera una licenciatura oficial.

El presidente dice que las actuaciones judiciales contra su esposa se basan en bulos y con expresión beática en sus intervenciones unilaterales -donde nunca deja a ningún periodista que le haga preguntas- intenta hacer creer que está ofendido y afectado en lo personal. Dudo que nadie con un mínimo de honestidad en la Universidad Complutense apruebe lo ocurrido. Es decir, embuchar una dirección de cátedra a “la señora” del presidente. Y para quienes allí completamos nuestra licenciatura y doctorado resulta doloroso ver cómo nuestra alma mater ha enlodado su nombre, no solo por la vejación, sino también por el posterior silencio de complicidad, donde todavía no han dado justificaciones ni un rector, ni una decana, ni un responsable.

Pensemos también en la discriminación asumida de las mujeres en la política española, eso de lo que tanto gustamos hablar en antropología (no sé si aún sigue siendo rutina en las defensas de tesis doctorales lo del “usted no ha tenido en cuenta la perspectiva de género”). Me pregunto dónde están los feministas alzando la voz contra el paternalismo de un macho-alfa que desde la Moncloa permite que se cree una oficina para que su mujer endorse el dinero público que él mismo concede usando como escenario uno de los centros de educación superior más carismáticos del país. La política española está atufada de hombres, “un campo de nabos”, que diría un castizo amigo mío. Y la oposición del partido Partido Popular, como de costumbre, encabeza el desfile. Alberto Núñez Feijoo, más que un líder, es un figurante de opereta que ni siquiera se atreve a llamar a las mujeres por su nombre, ya sea propio o genérico. En su lugar usa el eufemismo “entorno”. Se diría que su hábito inconsciente las categoriza por defecto más como cosas que como personas. Ellas son el “entorno” del hombre, se entiende. Aquello que Latour y Callon denominaron “actante”, un elemento cuya agencia le es dada por el actor. En este ámbito, Pedro Sánchez y Núñez Feijoo son caras de la misma moneda. Si el primero está retrocediendo a la dictadura de un gobierno nacional independentista socialista, el segundo lo hace a la época del Concilio de Trento.

Y si la oposición quiere un consejo, que quiten de en medio a su líder nominal y pongan en su lugar a las únicas personas que desquician al presidente del gobierno, todas ellas mujeres. Isabel Díaz-Ayuso es tal vez la peor pesadilla de Sánchez, pero no es ni la única ni la más poderosa. La enfermiza obsesión del presidente con Díaz-Ayuso se puede estudiar desde la antropología como un fallido intento de brujería aplicada a la política. Ya nos lo decía Evans-Pritchard, y Alfred Métraux lo señala como una de las bases del voodoo. La brujería rara vez ataca directamente al objetivo último. En su lugar lo hace contra los vínculos que se crean a su alrededor. Se agrede a la familia, provista de fuertes conexiones con el enemigo, ya que tiene una naturaleza más débil, accesible y vulnerable. A Pedro Sánchez los disparos le rebotaron con multiplicada reverberación. Con Díaz-Ayuso empezó atacando a su padre, siguió con el hermano, con la madre, con sus primos y por último con el novio cuando ni siquiera era novio. Ahora los medios de comunicación -que no el partido de la oposición- siguen el curso contrario contra el presidente. Han empezado investigando a su esposa, Begoña Gómez, ahora están con el hermano y continúan con el suegro. Uno de mis alumnos mohawk le hubiera aconsejado a Pedro Sánchez revisar un conocido dicho indígena: “Cuando señales a alguien con el dedo, recuerda que tres dedos de esa misma mano te están apuntando a ti”.

En un caso conectado, el exministro José Luis Ábalos, del que Pedro Sánchez fue incapaz de despojar de su acta de diputado, protagonizaba otra teatral intervención el pasado 27 de febrero pretendiendo tener conciencia del lenguaje inclusivo. Para ello, comenzaba con un “Muy buenos días a todas y a todos”, y… ¡qué lástima!, finalizaba quejándose de que “no tengo secretaria”. Al hombre no se le debió ocurrir que la palabra “asistente” le hubiera ocultado algo más el plumero.

Y siguiendo con la teatral perspectiva de género, qué decir del Ministro de Transportes, Oscar Puente, cuya actitud en el parlamento español daría para escribir un sainete completo. Si la némesis de Pedro Sánchez es Isabel Díaz-Ayuso, la de Oscar Puente bien podría ser Ester Muñoz. El pasado 28 de febrero esta le reprochaba en el parlamento las irregularidades del actual gobierno, al tiempo que el ministro la ignoraba rebuscando ensimismado en su móvil, como si fuera un apuntador a pie del escenario que acabara de perder el guion. El broche final de Muñoz diciéndole “Cuando una mujer habla, se la mira a la cara” daba pie al cierre del telón, carcajada de la bancada de la derecha incluida, en un nuevo acto de la esperpéntica comedia nacional.

En conclusión, ¿Estamos viviendo en la política española un drama liminal, como el que nos contara Victor Turner? ¿Estamos observando un proceso de ruptura, crisis, redirección y reintegración, en una nueva repetición, en esa figura del “ocho” infinito que dibujara Richard Schechner? Ojalá que la teoría antropológica, por una vez, se equivoque, porque de no hacerlo tal drama acabará en tragedia. Cien años después hay demasiado Latino de Hispalis y casi ningún Máximo Estrella. Vemos a un presidente cuya única salida es la huida hacia delante, donde la debilidad de la oposición le permite usar y abusar de los sistemas institucionales para subsistir agónico en el poder a través del control de la justicia, los centros oficiales de investigación social, los tribunales contables y la censura a los medios. Lo peor es que existe otra oposición en España que, aunque minoritaria, es mucho más extremista y radicalizada. Y esa oposición está ahora apoyada por otros gobiernos, como son los de Hungría o cómo no, Argentina. Hablar de esperpento, en este último caso, daría para otro escrito aparte. El panorama no es alentador y debemos recordar que hace cien años desembocó en los hechos de 1936. Es tiempo de parar, reflexionar y rectificar, solo que esta vez sin teatro, señor presidente.

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Sergio D. López es profesor de antropología en la Universidad Estatal de Nueva York, Potsdam.

 

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