En los últimos años hemos estado rodeados de un período prodigioso de cierto caos y de alteraciones que han tenido repercusiones a nivel global. Desde el COVID-19, que de alguna manera desnudó nuestros defectos y, porque no decirlo, desenterró esa escasa planificación de largo plazo, cuya mayor cualidad es evidenciar que es, por cierto, un defecto compartido por la mayoría de los Estados, situación que sin duda alguna no resultó alentadora al relucir tan despampanante. Luego, o en simultáneo, si lo pensamos más profundamente, tocamos fondo con los informes del IPCC, donde los profesionales que comparten este selecto grupo de expertos sobre la temática del Cambio Climático, entrega una visión lapidaria respecto a nuestra responsabilidad como humanidad, en relación con al pésimo estado medioambiental de nuestro planeta y ciertamente aquello no nos puede resultar indiferente. Ahora, para cerrar una mirada más europea, pero con importantes efectos globales, podemos agregar la situación en Ucrania, que se une fuertemente a la crisis migratoria que se acrecienta por diversos flancos, con lo cual completamos un cóctel difícilmente digerible y que requiere de bastante buena voluntad para soportar. (...)