En algunas ocasiones, los recuerdos familiares que uno tiene forman parte de nosOtras temáticas mismos como parte fundacional de quién uno es. Son generadores de sentidos, de vínculos, de traumas o de afectos. A veces los asumimos identificándonos con ellos otras veces los omitimos o los ignoramos. Trazar los diferentes itinerarios por los que ha transitado un mismo recuerdo a lo largo de tres o cuatro generaciones, nos permite analizar las lógicas culturales que sustentan la memoria y el olvido. Por esos cauces se desplazan las querencias, los relatos o las imágenes. En ocasiones en línea recta de una generación a la siguiente, otras veces de manera discontinua saltando una o dos generaciones, en ocasiones su forma contiene infinidad de zigzagueos y en otras muchas el recuerdo no existe porque no era una línea sino un punto, es decir, porque no hubo transmisión. Dentro de los numerosos tipos de recuerdos que uno tiene, aquellos mediados por contextos de violencia ponen a prueba esas lógicas, acentuándolas, disimulándolas o incluso haciéndolas desaparecer. El análisis de la memoria colectiva entendida como itinerario es el sentido de este artículo. Está basado en el trabajo de campo que he realizado sobre la transmisión de la memoria familiar para el caso de víctimas del franquismo.