El trabajo de hogar se ha transformado en un recurso fundamental para atender las crecientes necesidades de cuidado de las personas mayores y adultos dependientes, generando una fuerte demanda de trabajadoras, muchas de ellas migrantes. Su incorporación en una ocupación fuertemente precarizada, en conjunción con la extranjería, determina las condiciones en que se (re)producen las vidas de estas mujeres, que la crisis de la COVID-19 ha agravado. El miedo al contagio ha comportado nuevos arreglos de cuidado y ha justificado importantes alteraciones de sus condiciones laborales, exponiéndolas a una fuerte vulnerabilidad social y relegando la preocupación por su salud. Los mismos poderes públicos que calificaron a las empleadas de hogar como esenciales, desatendieron establecer las condiciones básicas para que pudieran trabajar de manera segura. En base a una investigación etnográfica realizada en Catalunya, nos proponemos confrontar las percepciones de riesgo que confluyen en el ámbito laboral del empleo de hogar, en tensión y articulación con las experiencias de salud y vulnerabilidad de las trabajadoras, sin perder de vista los elementos normativos causantes de desprotección y los modelos de gestión de la crisis socio-sanitaria. Es dentro de la situación estructural de desprotección, favorecida por la legislación laboral y reforzada por la de extranjería, que enmarcamos el análisis de la dimensión de la salud de estas trabajadoras, así como de las estrategias que han desplegado para proteger y protegerse.