Cuando a principios de la década de los noventa comenzaba mi andadura como antropólogo realizando mis primeros trabajos de campo, la sexualidad era un aspecto de comportamiento humano que la antropología todavía en España no contemplaba. No solo no se consideraba un ámbito de estudio abordable desde esta disciplina, sino que ni siquiera era una variable a tener en cuenta en una investigación. Esta invisibilidad de la sexualidad iba mucho más allá de lo puramente teórico y tenía implicaciones también metodológicas. Existía una especie de tabú que establecía que la sexualidad debería estar alejada del trabajo de un antropólogo. Esta posición, a nuestro juicio, puritana se justificaba apelando a la ética profesional, a la preservación de la intimidad de los informantes, a la objetividad científica… convirtiendo a antropólogos y antropólogas en individuos asexuados. Décadas después, cuando la sexualidad pasó a ser el centro de mis investigaciones tuve la necesidad de cuestionarme todas estas premisas. En esta comunicación me propongo reflexionar, a partir de mi propia experiencia y la de Otras temáticas investigadores e investigadoras, sobre estos perjuicios de la antropología, y sobre las estrategias utilizadas para superarlos.