A menudo recuerdo a mi querido maestro Carmelo Lisón-Tolosana, quien por desgracia –¡cómo pasa el tiempo! - nos dejó hace ya dos años. Una de las muchas cosas que yo admiraba de Carmelo era que se trataba de uno de los poquísimos profesores de antropología que en lugar de tener una plaza tenían una calle. Y además en su propio pueblo natal, la Puebla de Alfindén, en Zaragoza. Siempre he creído que en la academia hay mucho interés por las plazas y demasiado poco por las calles. Dicho de otra forma, por si no se capta el chiste, que se piensa más en el presente propio, en la forma de un puesto seguro de trabajo, en lugar de aquello que quedará cuando ya no estemos.
Leer texto completo