Las prácticas religiosas afrocubanas siguen sumando adeptos dentro y fuera de Cuba, a pesar de las estrategias de laicidad y aislamiento que han configurado el devenir sociopolítico de la isla en los últimos años. Lo cierto es que las religiones en Cuba, lejos de desaparecer, adoptan nuevas formas que conviven con las lógicas segmentadas de un sistema mundo capitalista que ya no las necesita como “otredad” frente a la que constituirse. El campo religioso cubano está marcado por el conflicto entre el proceso de normativización de los cultos afrocubanos a partir de 1991, con la creación de la Asociación Cultural Yoruba de Cuba, y la naturaleza heterodoxa de su práctica que expresa un orden de mundo incompatible con una doctrina explícita y abstracta. La comunicación con lo sagrado en las religiones afrocubanas se produce a través de los fenómenos físicos y se sirve de un lenguaje corporal, que maneja significados latentes para regir la cotidianidad de la vida. La “brujería” cubana se expresa con relativa autonomía de sistemas religiosos específicos, así como desenmascara su versatilidad para introducirse en las dinámicas mercantiles de consumo a nivel internacional. Partiendo de los resquicios dejados por el catolicismo, el sistema de cultos afrocubanos, fragmentado y múltiple, ha obtenido un espacio propio, desde donde los adeptos construyen los lugares del mundo que habitan, transgrediendo las fronteras simbólicas nacionales.