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La categoría del paciente desestimado en la urgencia sanitaria en contexto de pandemia

El nuevo escenario de interacción social en tiempos de pandemia redimensiona las potencialidades de la etnografía virtual. Las entrevistas a profesionales sanitarios desvelan cómo en ellos no sólo recae una sobrecarga de trabajo, estrés o tensión emocional, sino que además se suscitan dilemas morales cuando la práctica médica se ve mediada por la urgencia sanitaria y los protocolos de actuación se modifican casi diariamente. Es aquí fácilmente identificable la política de la vida que, desde Foucault, Fassin, Agamben o Espósito recorre esas trasformaciones normativas y define sujetos responsables de su confinamiento, en términos de control revestido bajo la forma de autocuidado. También emerge, del costado opuesto de la biopolítica, una forma de tanatopolítica en los servicios de urgencias. La categoría emic del paciente desestimado se construye por oposición a la del paciente viable o estimado en términos de esperanza de vida para acceder a cuidados intensivos y recibir ayuda de un respirador mecánico. Y, por tanto, el paciente desestimado aparece como el enfermo que es descartado para el tratamiento con tales recursos, en un contexto de escasez de medios materiales suficientes. La connivencia de patologías previas y/o de una edad elevada (valor numérico que en lo más crudo de “la curva de la COVID-19” descendía dolorosamente cada semana) determina que el paciente desestimado ingrese en planta con un tratamiento paliativo de oxígeno y antibióticos y con medicación que opera como ensayos clínicos. Se dibuja, pues, la aptitud para el derecho al hacer vivir y se convierte en un dejar morir.

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