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Eurovisión: el dispositivo eurocéntrico

El pasado 18 de mayo alrededor de 190 millones de telespectadores asistieron a través de sus pantallas a la Gran Final del Festival de la Canción de Eurovisión, popularmente conocido como Eurovisión. El evento generó enorme controversia al celebrarse en la ciudad israelí de Tel Aviv y grupos como el Movimiento BDS llamaron internacionalmente a un boicot al Festival. Mientras se promovían campañas de obstaculización, el gobierno israelí hacía una convocatoria a través del Ministro de Comunicación para que estados vecinos participasen en el certamen. Así, Arabia Saudí y Emiratos Árabes Unidos eran invitados a un evento que tendría lugar en un estado al que no reconocen. Desde su primera edición el 24 de mayo de 1956, la sombra de la geopolítica traspasa constantemente un evento que se presenta a sí mismo como puramente musical. Sin embargo, en la arena musical interseccionan fenómenos no tan musicales que se remontan a los orígenes mismos del certamen, haciendo del evento una maquinaria (re)productora de discursos, símbolos, identidades y paradojas. A partir del análisis de los contextos geopolíticos de cada edición y participante planteamos que el Festival de la Canción de Eurovisión funciona como un dispositivo eurocéntrico generador de europeidad al servicio de lo que denominamos Proyecto Europa. Tras el espectáculo músical y visual subyacen valores pretendidamente europeos y occidentales, presentados ante la audiencia como inherentes al Proyecto Europa, de manera que los distintos estados ven en el certamen un cómodo mecanismo de autentificación y legitimación como entes occidentales.