Dead Man (Jim Jarmusch, 1995), los profetas otros y la conversión
En Europa, se tiene la sensación que hace siglos que se acabaron los milagros y, con ellos, los profetas. Los iluminados han pasado a ser vistos más bien como desquiciados. Sin embargo, algunos indicios nos hacen pensar que esta racionalización weberiana y secularizadora, dada por buena por generaciones de científicos sociales, podría ser más superficial de lo que se pretende. Para mostrar esta persistencia de lo asombroso, propongo analizar con las herramientas y capital acumulado por la antropología una obra de un autor aparentemente arreligioso, un existencialista simpático como Jim Jarmusch. El poeta William Blake, swedenborgiano declarado, da nombre, y no es casualidad, al protagonista de ese extraño western titulado Dead Man. William Blake (poeta) hablaba con los ángeles y con John Milton, ellos le dictaban sus escritos que, ya en el siglo XVIII, serían considerados por la crítica como genialidades de una mente compleja y no como mensajes celestiales, aunque el poeta siempre ha tenido también su círculo de seguidores ocultistas. William Blake (personaje) tiene una bala rozándole el corazón. Su experiencia al borde de la muerte le llevará hacia un itinerario de conversión, donde se mezcla la revelación cristiana con el Gran Espíritu de los indios de las praderas. Desde la antropología, esta mezcla estetizante escogida por Jarmusch evoca la visión cristiana del buen salvaje y, a la vez, cierto tipo de fórmulas mal llamadas sincréticas, donde el cristianismo solamente sea un revestimiento, casi inexistente más allá de la mirada manchada del hombre blanco, en religiosidades otras.