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Entre violencias. Notas y reflexiones para transformar nuestra práctica etnográfica en el campo y la academia.

Partiendo de la ética del testigo (Agamben, 2006) y del principio de no maleficiencia, si Taussig (1996) señala que sobrevivir y escribir sobre el terror, es una cuestión de distancia, seguir haciendo etnografía en contextos como el veracruzano, implica algo más que tomar distancia analítica sobre los impactos que las violencias han generado en las vidas de sus gentes. El nuevo contexto en el estado de Veracruz y su despliegue de violencias –donde es habitual la caza y desaparición de personas- impacta directamente en la posibilidad y modos de hacer trabajo de campo etnográfico. Resulta estratégico tomar conciencia de ello para un etnógrafo que había hecho investigación de campo en ese mismo escenario veinte años antes, con otro marco social y político sin la preeminencia de estas violencias. Al intentar reproducir los procedimientos y modos de moverme en el campo y hacer las entrevistas de los años noventa, en 2016 me di cuenta de que no iba a funcionar o con bastante probabilidad de reproducirlos mecánicamente, iba a encontrarme con problemas, y sobre todo iba a poner en riesgo a mis informantes. A partir del contraste comparativo entre mi trabajo en Veracruz en los años 90 –sobre violencias cotidianas- y en 2016 –sobre el impacto de las nuevas violencias en las gentes-, muestro en qué medida el método etnográfico, las técnicas, mis posiciones éticas, la información que comparto en mis redes sociales, mi relación con la burocracia y las instituciones, mi análisis y mi propia escritura académica, se han transformado. 

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