Propondré aquí, humildemente, el salto de las técnicas del cuerpo a las tácticas del cuerpo. Si bien el estudio pionero de Marcel Mauss definía el conjunto de hábitos del cuerpo como “técnicas que se enseñan”, y si éstas (“artes culturales”) variaban con grupos y modas, funcionando como actos repetitivos y eficaces en los que el cuerpo se tornaba imagen de la sociedad; y si bien con dicho estudio el cuerpo dejaba de pertenecer a la “naturaleza” y pasaba a pertenecer a la “cultura”, en la presente comunicación –admirando y reconociendo el hallazgo de lo social en el cuerpo (construcción histórica y resultado de las representaciones culturales)– insistiré, a través de una serie de casos etnográficos, en añadirle al cuerpo lo político, esto es, en advertir y atender a aquello que Didier Fassin denomina los “usos políticos del cuerpo”. He ahí la “táctica”, que siempre es táctica para, envuelta en una intencionalidad insertada en la política de lo cotidiano. Desde las plazas indignadas hasta los colectivos anti-desahucios, el cuerpo –puesto en escena y en palabras– ve afianzada su condición de emplazamiento de lo local, en un tiempo de incertidumbres en que la deslocalización, la globalización, la crisis del Estado social y las políticas de la austeridad producen a veces la sensación, entre la población precarizada, de que sólo queda el cuerpo como única verdad. Al biopoder habrá de oponérsele la “biolegitimidad”, dirá Fassin. Para enmarcar este salto, valiéndome de ejemplos extraídos de mi trabajo de campo, me apoyaré en el paradigma del embodiment o corporización (Csordas), con el cual –a través de su énfasis en lo subjetivo y en lo fenomenológico– se quiere superar la idea de que lo social se inscribe en el cuerpo para hablar de lo corporal como auténtico campo de la cultura, pensando el cuerpo como acceso directo al mundo pero (también) como mundo directamente accionado

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