Entender la antropología como una experiencia hermenéutica de reconocimiento de la alteridad es intentar, con menor o mayor acierto, situar la experiencia del otro y de la otra en el centro de nuestro análisis. Esto adquiere un matiz particular cuando nos referimos a etnografías de la locura y el trastorno mental. Especialmente, si entendemos como ambas nociones se han construido históricamente a través de una negación de la capacidad de pensar -del sentido común- o opinar de estos sujetos, podemos empezar a situar las dificultades que plantea poner en el centro a las personas diagnosticadas. La comunicación que aquí se presenta, parte del análisis de una experiencia colectiva de acompañamiento a los procesos de desinstitucionalización psiquiátrica con jóvenes en un dispositivo postmanicomial, el cual actualmente se encuentra en proceso. Nuevos escenarios que se manifiestan y articulan de manera particular en una etapa vital como es la de la juventud. El diagnóstico y el paso por diferentes instituciones de salud mental en dicho período, constituyen, en muchas ocasiones, un primer paso hacia la cronificación de la situación de exclusión. La reconfiguración del locus de la locura a partir de la aparición de nuevos espacios y dispositivos presenta una nueva identidad, la del paciente permanentemente pre-integrado. Un tránsito indefinido que empieza, en muchas ocasiones, en esta edad. Tenemos aquí como objetivo de abordar las contradicciones, retos y horizontes metodológicos que entraña el hecho de llevar a cabo un acercamiento antropológico a las experiencias de sufrimiento psíquico con jóvenes. Distanciarse conscientemente de las prácticas psi, revalorizar la experiencia propia y substituir la verticalidad de los saberes expertos por nuevas maneras de dialogar con los saberes de las otras y los otros, debe empezar por analizar las dificultades que nos encontramos a la hora de generar relaciones horizontales con los y las informantes en un contexto psiquiátrico.