Entre los pequeños agricultores indígenas y no indígenas del Lago de Pátzcuaro, en México, las semillas de maíz nativo o criollo son mucho más que un recurso agrícola. Los agricultores y agricultoras tienen con estas semilllas una relación interpersonal, familiar y local. La semillas son herencia y propiedad que se pasa de padres a hijos; se identifican con determinados agricultores, con familias, y con comunidades; se intercambian en redes de confianza, y se confía en ellas; y encapsulan conocimiento que se transforma de generación en generación. De alguna manera las semillas poseen carácter de agentes, de personas no humanas. Recientemente, las semillas de maices nativos también han pasado a ser el emblema de una lucha colectiva nacional por mantener formas de vida y agricultura locales. Por otro lado, y ante la posible autorización para el cultivo comercial de maíz trasngénico en Mexico, las semillas transgénicas aparecen como una amenaza para la relación entre humanos y maíz en la agricultura tradicional. Para los agricultores de maíz criollo, las semillas trasngénicas son desconocidas, extranjeras, ontológica y politicamente sospechosas. Están “fabricadas” en laboratorios pero no son sólo ensamblajes tecno-científicos, sino que también contienen las malas intenciones de multinacionales y el poder impositivo de los gobiernos. Son paquetes políticos y económicos que contienen en sí la “semilla” del fin de las propias semillas nativas, y de los modos de vida de sus agricultores tradicionales. Su agentividad es por tanto percibida como nociva y peligrosa.
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