Al enfrentarnos a la estructuración y puesta en marcha de una etnografía, pocas veces nos centramos explícitamente en nosotros mismos como seres cargados de significación. Nuestra atención normalmente se centra en “la alteridad”, en “los otros” a quienes observaremos, con quien trabajaremos y, en el mejor de los casos, construiremos conjuntamente conocimiento.Pero, ¿qué ocurre cuando nosotros somos “el otro”?, es decir, cuando estamos llevando a cabo un ejercicio etnográfico en un contexto tan cercano -no sólo física sino también simbólicamente hablando - que esa línea que marcaría la alteridad se vuelve cada vez más difusa. ¿Dónde se ubica nuestra perspectiva y nuestro locus de enunciación no sólo en terreno, sino al momento de sistematizar los datos? ¿Qué genera esto en el antropólogo como individuo y ser perteneciente a un contexto social específico y qué repercusiones puede tener en los resultados de la investigación? .En estos casos, resulta de suma relevancia tener en cuenta el aspecto autobiográfico, con el fin de poner en perspectiva el quehacer del etnógrafo y su papel tanto como observador como transformador de las realidades en las que se mueve y las cuales pretende analizar. Desde esta perspectiva, se propone resaltar la importancia de considerar a la etnografía como un proceso que toca la construcción y reconfiguración misma de nuestras identidades en el marco de la interacción con “los otros”, lo cual puede generar conflictos en términos de toma de decisiones en torno a las interpretaciones y relaciones que se desarrollan en terreno.