A partir de iniciativas internacionales como Mundo Maya impulsada al final del siglo pasado en Honduras, Guatemala, El Salvador, Belice y México, se incluyeron a los paisajes culturales como parte del atractivo turístico mediante el ecoturismo. Éste, entendido como una actividad que tiende a conservar la diversidad biológica al tiempo que procura el bienestar de comunidades rurales, es instrumento de las políticas ambientales y de desarrollo, una innovación social en la vida de numerosas comunidades rurales del sur de México. La construcción histórica de los espacios comunitarios incluyen procesos identitarios territoriales que tienen en la organización social basada en el parentesco y la organización comunitaria uno de los pilares que los sustentan. Sin embargo, los programas de conservación y desarrollo imponen la organización en figuras asociativas reconocidas por el estado para establecer un centro ecoturístico: cooperativas, asociaciones de servicio o sociedades de producción rural, entre otras. El (des) encuentro de estas formas de organización en el mismo espacio tiene efectos en la vida comunitaria. Éstos son evidentes en las interacciones comunitarias y en el seno de los grupos domésticos. De acuerdo con hallazgos en ocho centros ecoturísticos, se han generado o catalizado procesos de inclusión/exclusión que abonan la diferenciación social y, en algunos casos, económica, por lo que hay descontento, división al interior de la comunidad, riesgo de conflicto social, competencia entre los grupos domésticos, reorganización del trabajo familiar, repetición de los estereotipos de género que invisibilizan en trabajo femenino.