Existen unos estilos de crianza cada vez más en auge en España donde los usos del cuerpo toman un papel relevante. Estos estilos de crianza, denominados como crianza con apego o crianza natural, entre otros términos, pueden incluir prácticas como el parto no medicalizado, la lactancia materna “prolongada”, el porteo y el colecho. En estas crianzas aparecen con recurrencia los discursos biologicistas que hacen referencia al papel de las hormonas y del instinto. El instinto materno ha sido criticado desde ciertos sectores feministas por naturalizar el rol de la mujer en su papel reproductivo creando el ideal inasumible de Buena Madre, relegándola a la esfera privada. No obstante, mi investigación muestra que el instinto toma múltiples significaciones siendo de una gran ductilidad y plasticidad que no encajan en una única y rígida definición. El instinto, que no se presenta sólo como un dominio exclusivo de la madre, puede servir también para legitimar las propias prácticas de crianza y mantener la agencia sobre el cuerpo. Todo y el peligro existente en la naturalización de la mujer en su papel reproductivo también sirve para rehuir del control social, volviendo a corporalizar las relaciones, en un contexto, donde debido a este control, existe la tendencia a que "las relaciones sociales se desarrolla entre espíritus desprovistos de cuerpo” (Douglas 1978:97). A las madres que sienten “instinto” éste sentimiento no se les puede negar porque entra en otra lógica del discurso. Al igual que Bourdieu marcaba la diferencia, a efectos analíticos, entre el sentimiento del honor y el sentido del honor, me planteo la hipótesis de ver el instinto como un sentido práctico. Una carta a utilizar dependiendo del juego de fuerzas en un campo determinado tanto para mantener un control social como, por contra, legitimar la agencia sobre el propio cuerpo

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