Torralba define el silencio como “una expresión inexpresiva” ya que en su propia expresión no existe forma, contenido, acción, por lo que no pueden ser trasmitidos verbalmente, ya que no existen palabras para exteriorizarla. Muchas de ellas son situaciones de fracaso, decepción, soledad, abandono, miedo, que nos remiten al mundo de las emociones, donde la experiencia vivida supera con creces el discurso verbal, aunque detrás del silencio hay una experiencia insondable, hay un mensaje que debemos descubrir y saber interpretar Desde la experiencia vivida en la investigación, trabajando el relato de vida de la mujer que se había sometido a un aborto inducido, observé que en dicho procedimiento, se abre todo un mundo de silencios. Desde el punto de vista fenoménico, hay muchos tipos de silencios, lo mismo que detrás de cada rostro en silencio, hay múltiples experiencias, y emociones contenidas. La sociedad debate el aborto, se discute a nivel moral y político, pero no se entiende como una experiencia que cambia la vida. Prueba de ello es que si aparecen sentimientos de pesadumbre, arrepentimiento o culpabilidad, no se entienden, no se esperan, considerándolo como un pesar carente de todo contenido y de toda importancia. De donde proviene esta actitud de la sociedad: de las expresiones de normalidad o de alivio que manifiesta tras un aborto, que son interpretadas como señal de normalidad, o de que la situación está controlada. Relativizar el aborto supone una supresión, una elisión de lo innombrable, lo no deseado por una cultura determinada. Existe un tabú social acerca del aborto que está relacionado con el cuerpo de la mujer, con relaciones de poder ocultas, y con el biopoder. En la sociedad se instaura un silencio impuesto, que se convierte en ocasiones en un silencio masivo, y cuyas características vienen determinadas por el poderoso poder social que adquieren en la coyuntura y en la toma de decisiones de la estructura política, y social.

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