No hay duda de que la movilidad constituye uno de los rasgos caracterizadores de la sociedad contemporánea: cada vez hay más personas que se mueven cotidianamente más y a mayor distancia (Pujadas, 2012). Una vez superada la barrera psicológica de la movilidad, en cuanto a que ésta se ha convertido en un elemento de nuestra rutina y cada vez somos más conscientes que en contextos urbanos y metropolitanos trabajar en el mismo lugar donde residimos es poco probable, aparecen otras variables que justifican, condicionan o modifican las estrategias de la movilidad. Una de ellas es, con total seguridad, la variable de género, ya que el discurso entre hombres y mujeres a la hora de relatar su movilidad cotidiana sigue siendo bien diferenciador. Mayoritariamente, siguen siendo ellas las que sitúan en el centro del debate elementos como la maternidad, punto de inflexión que las puede hacer reestructurar su estrategia cotidiana de movilidad de forma drástica. Y es que por mucho que nos pese, la gestión del tema reproductivo y familiar sigue recayendo en gran medida sobre la mujer, que si hasta ahora debía lidiar entre casa, familia y trabajo, se le aparece un elemento más en su organización diaria como es la movilidad. Por otra parte, otros elementos como la especialización o la cualificación del trabajo, que podemos relacionar de una manera indirecta – y prudente- con la clase social, también suelen marcar las pautas de la movilidad. En este sentido, resulta también evidente que la posición socioeconómica condiciona la movilidad.