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HUELEN MAL. EL OLOR COMO MARCA DE SUBALTERIDAD

El olfato rompe la dicotomía dentro-fuera en la concepción moderna del cuerpo como límite de un yo cerrado que responde a la interacción sólo desde la intencionalidad previa. El olfato se convierte en un canal de vulnerabilidad. Con la intrusión de olores no siempre deseados,  el cuerpo se abre irremediablemente a un afuera donde otros operan bajo códigos sensoriales a los que no siempre estamos acostumbrados. Podemos elegir qué comer y en espacios públicos hasta cierta manera si dejamos que nos toquen o no, pero no podemos hacer lo mismo con los olores y los sonidos, lo que genera que estos sean una fuente de tensiones en entornos de alta densidad habitacional como son las ciudades. La utilización de descripciones sobre cuerpos sucios que huelen mal es habitual para referirse a quienes se perciben como diferentes y además inferiores. En nuestras ciudades desodorizadas y vueltas a olorizar con perfumes y otros añadidos cosméticos, el olor se convierte en una doble marca clasificatoria. Se desodoriza el cuerpo para eliminar los olores corporales - aparece aquí el primer marcaje, el de los otros culturales  que se etiquetan como que huelen mal -, pero luego se produce un segundo proceso de olorización que opera como un marcaje de clase - este es el segundo marcaje, unos otros dentro del nosotros que aun no oliendo mal no llegan a alcanzar el estatus de oler bien. Reflexionar sobre el olor como marca de alteridad nos permite apreciar procesos de corporalización de tensiones entre identidad-alteridad.

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