NUESTROS MUERTOS. SÍMBOLOS Y PRÁCTICAS EN TORNO A LA MUERTE EN CONTEXTOS DE MIGRACIÓN
Decía Úrsula Iguarán, esposa del primer Buendía en Cien Años de Soledad que haber tenido un hijo es motivo para permanecer en un lugar. Juan Arcadio Buendía, su esposo, era de la opinión contraria: no son los hijos sino los muertos bajo tierra los que nos hacen de algún sitio. Israel, maestro en el pequeño municipio mexicano de Zacualpan comparte la visión del Buendía, orgulloso de que “Como los elefantes, no podremos ir al cementerio de todos los huesos de todos los abuelitos y tatarabuelitos y estamos aquí todos, todos metidos”. Dos maneras de entender la pertenencia, hacia el pasado o hacia el futuro. La muerte, los ancestros, el pasado, la tierra y la pertenencia, forman un conjunto de relaciones profundas, aunque no es tarea sencilla discernir la imbricación concreta, ni tan siquiera la dirección de tal relación. Esto se complica aún más aún en contextos de migración. La literatura antropológica recoge casos de personas que tras muchos años de viviendo en otro país a su muerte son llevados a enterrar a su lugar de origen. El mito del retorno se cumple de manera póstuma. Utilizando el caso etnográfico de Zacualpan como excusa, marco y detonante, se plantea una comunicación exploratoria y en abierto diálogo con la audiencia para pensar las implicaciones de la muerte en situaciones de migración. ¿De quién son los muertos? ¿Dónde se llora a quienes mueren en otro lugar? ¿Qué supone en términos simbólicos pero también materiales y monetarios los procesos de repatriación de personas migrantes tras su muerte? ¿Qué cambia, si es que cambia algo, las diferentes prácticas mortuorias como la cremación frente a la inhumación? Y sobre todo, ¿cómo afectan visiones sedentaristas sobre la pertenencia y la identidad al tema de la muerte en la migración?
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