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CONCIENCIA Y EMOCIÓN.

A pesar de la importancia que las emociones tienen en manifestaciones culturales tan profusamente estudiadas por los antropólogos como los ritos y los mitos, parece que el estudio de las mismas por parte de nuestra disciplina ha sido sacrificado en aras a conseguir un reconocimiento científico de nuestras investigaciones, con criterios positivistas y racionalistas, que mutilan nuestra humanidad. En las sociedades rurales tradicionales, la conciencia era compartida por todos los miembros de la comunidad y proyectaba un estado emocional reconocido y reconocible. La expresión popular de “tener la conciencia tranquila” denotaba esa valoración de lo bien hecho, que era sentido por la persona, reconocida y sustentada en los principios ideacionales de la comunidad. La emoción de tranquilidad, seguridad y sosiego se asentaba en una “comunitas” que reforzaba la conciencia individual dentro de la pertenencia al grupo. Por otro lado, la expresión tan frecuentemente usada en los entornos urbanos de las sociedades opulentas, de “actuar en conciencia” sitúa al individuo aislado con sus decisiones y las emociones que le generan y huérfano de esa matriz colectiva que lo acogía y tranquilizaba, porque su proceder estaba arraigado emocionalmente en una comunidad que se ha diluido en las redes tanto presenciales como virtuales. Pretendo estudiar el paso de una conciencia telar en la que las personas sustentaban sus emociones en el sostén que se había entretejido culturalmente, a una conciencia reticular en la que el individuo siente emociones puntuales, que en tanto que inconexas, pueden ser simuladas.

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