Un desconcertante acontecimiento enmascara la obligatoriedad de la normalidad, el mal-estar que produce el sujeto diagnosticado con síndrome de Down en sus progenitores deviene de una serie de condiciones normativas sobre lo que debe ser una vida humana y un cuerpo; ese mal-estar nace de un sistema cultural que nos hace creer que no hay otras opciones de vida posibles que pueden ser habitadas y valoradas.Desde una perspectiva cripple y transfeminista expondré algunas evidencias etnográficas (testimonios y cartografías corporales) que desvelan los efectos de una biopolítica de completitud, funcionalidad y apariencia corporal enmarcados en la práctica del cuidado, la experiencia del nacimiento y el diagnóstico de la trisomía 21 (síndrome de Down).Por tales motivos, es imprescindible una crítica antropológica al entramado de significaciones que producen un sistema jerárquico de valoración corporal que fija, entre otras situaciones, la dependencia en las corporeidades que no se ajustan a la imperante funcionalidad y completitud morfológica, y funda la experiencia de progenitores anclada en un modelo piramidal de cuidado-dependencia instaurada en la lógica: “Tú eres el discapacitado, no yo. Tú me necesitas, yo a ti no. Tú cuerpo es el deficiente, no el mío. Yo no soy el dependiente, tú sí”.Si reconocemos la existencia de esa ideología piramidal que no permite identificarnos como seres interdependientes y vulnerables, tal vez, comprendamos los efectos biopolíticos que producen una enmarcación identitaria (discursiva/simbólica) de permanente minusvalía corporal.