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DOS EJEMPLOS DE ESPACIO NO CONSPICUO: LA ‘MORADA’ DE LOS HERMANOS PENITENTES EN ABIQUIÚ, Y EL ‘POCITO’ EN EL SANTUARIO DE CHIMAYÓ.

Entendemos que estos dos ‘espacios’ sacros podrían ejemplificar una forma de revisar hasta qué punto el paradigma del discurso colonial, que funciona sobre la imposición unidireccional de prototipos sociales derivados de aquel, puede aparecer alterado en el transcurso del tiempo.La producción de espacios sagrados responde a las narrativas culturales que los determinan. En nuestro caso el condicionante que se impone inicialmente es la cosificación del elemento ‘espacio’ como instrumento de poder y estatus social. Consecuentemente el espacio se debe convertir en un elemento llamativo en el que se haga evidente la separación de espacios sagrado-profano.El que nos parece más relevante, en los ejemplos que exponemos, es el del espacio sagrado concebido como un espacio de realidad, que es parte de las continuidades presentes entre los distintos niveles de existencia. Continuidades presentes en la naturaleza y cosmologías del entorno social y que lo convierten en un espacio no conspicuo, visualmente modesto e incluso inadvertido.Hablaremos así del concepto de no-conspicuidad en los centros de ritual como concepto que, opuesto al exceso formal y estético, participa de concepciones cosmológicas no católicas. La participación no debe ser tomada como integración/sincretismo, sino que participa de otro concepto que conjugaremos: compartamentalización. Entendida como la articulación estratégica de mecanismos de aceptación o rechazo de referentes culturales que se perciben como invasivos y hegemónicos, si bien esa separación funciona a nivel cognitivo, exclusivamente.

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