No podemos conocer al otro por su cicatriz sin considerarla un signo que siempre se interpreta y emociona. De modo tal que narrativas testimoniales sobre cicatrices corporales organizan emociones insospechadas independientemente del tamaño, textura, ubicación corporal o coloración. Esas narraciones dan cuenta del cuerpo vivido; es decir, de la interrelación entre el Yo y su entorno socio-cultural. De modo tal que el valor testimonial de narrativas y emociones relatadas por sujetos en contextos de entrevistas en profundidad permite comprender qué marcas culturales anidan en el modo de ser/tener una cicatriz en la piel y las emociones que las sustentan. Dicho de otro modo, las narrativas de sujetos con pieles dañadas o alteradas por heridas y su cicatrización, faculta adentrarse en un mundo fantasmagórico que aviva la memoria y las emociones convirtiendo a las cicatrices en objeto de reflexividad. Las consideraciones teóricas precedentes resultan parte del sustento teórico de un estudio recientemente llevado a cabo en Lima- Perú, en el que se analizan las emociones corporalizadas y las huellas culturales a partir de testimonios de diversos sujetos: reos, deportistas, sobrevivientes de enfermedades, niños quemados, personas violentadas, jóvenes auto- mutiladas, etc. Sus cicatrices se entendieron como marcas o signos cargados de significado, que permitieron en última instancia comprender cómo se gestan las emociones a partir de cuerpos portadores de cicatrices.