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Tradición, religiosidad y turismo. Orden y desorden en la utopía insular turistizada

Canarias, al menos desde la segunda mitad del pasado siglo XX, es cada vez más conocida y reconocida como islas turísticas. En torno a 16 millones se estima que la visitaron en 2018. La transformación socioeconómica y de todo tipo de infraestructuras así como la proliferación y consumo de imágenes idílicas de las Islas es evidente, afectando a casi todos los órdenes de su vida social. En este contexto de expansión física y simbólica del turismo acudimos a dos ejemplos de cómo las tradiciones y expresiones religiosas locales han negociado su papel entre la exotización o los recelos turísticos y las reivindicaciones identitarias y/o de fe religiosa locales. Las fiestas tinerfeñas de San Sebastián y de San Juan, nos proporcionan casos similares en unos aspectos, pero también muy distintos en otros, para pensar simbólicamente el cruce de miradas y significados que se ritualizan en un mismo espacio, a la vez turístico y devocional, de consumo como de fe, regulado como perturbado, escénico como genuino, exótico como reivindicativo. En general, los espacios turísticos se conciben como espacios físicos, pero también como espacios simbólicos, al servicio de un complejo ordenamiento de la actividad turística. En este sentido, se configuran espacios de, por y para el turista, espacios pautados, seguros y reconocibles para el uso y disfrute del lugar al que se viaja. Naturalmente esto incluye salidas afuera del mismo para satisfacer un cierto grado de autenticidad y color local, al encuentro «cara a cara» con la cultura y el paisaje autóctono. Pero qué ocurre cuando este orden de los acontecimientos y los flujos se invierten, y son los locales los que se desplazan e irrumpen en el espacio turístico para continuar siendo protagonistas en sus espacios «perdidos» del turismo.

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