Turismo y producción de sentido. El viaje de las trotamundos solitarias.
El fenómeno turístico merecería considerarse también, en algunas de sus configuraciones, como una forma de infraestructura móvil, nómada, a través de la cual florecen nuevos conocimientos y códigos de sociabilidad, suscitados en encuentros espontáneos que acaecen en un espacio construido, literalmente, sobre la marcha. Aterrizando en el escenario de una poliédrica e imparable actividad turística, asistimos al aumento de un tipo de desplazamientos llevados a cabo por sujetos que viajan en solitario, más en concreto, por mujeres que deciden distanciarse temporalmente de su entorno para vivir, por su cuenta, una experiencia de separación más o menos breve. El turismo practicado por estas viajeras responde a una tipología específica de “hacer turismo” popularizada durante las últimas décadas. Nos referimos al conocido como “turismo mochilero”, un modelo de turismo que hunde sus raíces en la mística figura del peregrino, esta vez en su resignificación secularizada. Persiguen desprenderse transitoriamente de la presión y el tedio cotidianos, pero sobre todo, anhelan descubriste de pronto ante lo inesperado, abandonándose a la contingencia estructurante de la que se espera una suerte de virtud reveladora de “sentido”. La posibilidad de que ello acontezca es, de hecho, su condición transitoria, en suspense, en efecto, liminal. Defendemos –como ya lo hacían las más clásicas teorizaciones sobre aquello que significa, en su sentido ritual, “viajar”–, precisamente, esta voluntaria puesta en paréntesis del orden mundano como la condición fundamental para la transgresión.
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